miércoles, 14 de enero de 2015

La cueva de Sibuto

El farallón de Los Cinchos con Gistreo al fondo

A la vez que recorría el territorio en busca del alma de los nativos (en el fondo tras la desconocida suya propia), aprovechaba cualquier oportunidad para indagar más profundo en el tiempo. Así, por ejemplo, solía registrar todos los roquedos que topara, por si atesoraban pinturas rupestres. A otros les daba por afeitar bombillas.

Una mañana las vió de lejos, lenguas rojas lamiendo el encinar, y recaló en ellas, en Los Cinchos, sugestivo farallón de arenisca carbonífera. No encontró arte parietal de ningún tipo, como no fuera el cincelado por la naturaleza, pero sí una cueva con indicios de haber sido habitada recientemente. El hogar del último troglodita. Sintió afecto por aquel espécimen prehistórico, quizás porque al igual que él portaba en los genes la misma índole asilvestrada.

Sibuto, junto a Feliciano e Isabel, eran criados de la tía María, la cual solía reclutar por caridad a gente digamos pintoresca. Cada tarde después de los quehaceres, podía verse al trío desplegando al unísono un ritual de difícil clasificación. Sincronizados, uno trazaba cruces en el aire al tiempo que rezaba, otro bailaba agarrado a la guillada de las vacas, la tercera espantaba a escobazos imaginarias moscas.

Lenguas rojas lamiendo el encinar

Mientras Sibuto lavaba un tonel de vino, por accidente echó a rodar, aplastándole, dejándolo inútil crónico. Tía María consideró el percance poco ventajoso para la buena marcha del negocio, y lo botó, sustituyéndolo por un portugués que viajaba en bicicleta con un perrillo. Fue acogido entonces por la abuela Felicitas, fervorosa cristiana de misa diaria. Ayudaba cuanto podía, sin embargo el ambiente degeneró, vio insoportable la convivencia con los numerosos pupilos que llegaban atraidos por las minas de carbón. Cada vez paraba con más frecuencia a meditar, a pinterle cruces al horizonate. En el buen o mal minuto en que a los mortales nos ordena el destino escoger un desvío de la encrucijada, Sibuto caló la boina y se echó al monte. Regresaba temprano a la hacienda de su abuela, le atendía el ganado, la huerta, los recados, pero llegado el oscurecido indefectiblemente tomaba el hatillo y la senda del Sillar hacia la guarida. Así estuvo quince años.

Sibuto caló la boina y se echó al monte

No hacía distingos en el calendario, iba en enero como en agosto. Incluso en invierno andaba descalzo. Aún con nieve, hollaba descalzo los cerros. De estatura pequeña, gastaba barbas rizosas que le llegaban hasta el ombligo. Si le preguntabas algo, respondía farfullando entre dientes, como queriendo masticarte la mala leche. Evitaba el trato si faltaba confianza; habiéndola, conversaba como cualquier persona. Muy amigo de Saturno, el herrero. Presto le llevaba a reparar cadenas rotas, rayos torcidos, tenazas gripadas. Y empedernido fumador: al quedar tullido, encargaba a los conocidos le liaran la picadura. Fue un fenómeno pescando, aguantaba más que nadie bajo las aguas del Sil. A menudo lo daban por ahogado, hasta que salía con una trucha en cada mano más otra en la boca. En opinión de Saturno, pilló las excentricidades en aquellas eternas zambullidas, de tanto privarle de ventilación al cerebro.

El hogar del último troglodita

Cuando las dolencias empeoraron, hasta el punto de resultarle imposible su régimen de libre albedrío, por tercera vez lo asistió la caridad, arreglándole papeles para internarlo en un asilo. Donde comienza la llanura castellana, ascética e inclemente, en la próspera querencia de soldados, frailes y putas, que todo viene a ser lo mismo, acabó sus últimos días. Sobre mullido colchón, arropado entre mantas, comido de caliente, pero siempre asomado a la ventana. Nunca dejó de dibujar cruces en el aire de las lejanísimas montañas.

Sonrosados amaneceres desde la solana de Los Cinchos, la vecindad de los robles milenarios de Cornoencina. La ansiada soledad, el inexcrutable mundo interior, el paraíso perdido de la cueva. Quién sabe.

Toreno, diciembre de 1988


CASIMIRO MARTINFERRE

Publicado el domingo, 4 de enero de 2015 en LA NUEVA CRÓNICA

martes, 13 de enero de 2015

Laciana, Gistreo-Omaña y Picos entre los espacios naturales más degradados de España


Los cielos abiertos en Laciana, los parques eólicos abandonados en Omaña y la degradación en algunos puntos del Parque Regional de Picos de Europa ha hecho que León ocupe un lugar destacado en la lista de las 50 zonas que requieren una restauración más urgente del país, según SEO/BirdLife.

Las administraciones públicas tienen la obligación de restaurar al menos el 15% de los ecosistemas más degradados que tengan en sus territorios antes del 2020. Así lo establece el plan estratégico del Convenio de Diversidad Biológica 2011-2020 diseñado por la Unión Europea para frenar la preocupante pérdida de biodiversidad en el viejo continente.

Del mismo modo, la Ley 42/2007 de Patrimonio Natural y de la Biodiversidad establece como uno de sus objetivos prioritarios la restauración de los ecosistemas degradados, mientras que la Directiva de Áves Silvestres obliga a identificar aquellas zonas importantes para la conservación de las aves bajo la figura de Zona Especial del Protección de las Aves (ZEPA).

Con el objetivo de cumplir con todas estas obligaciones, y frenar la pérdida de biodiversidad en España, SEO/BirdLife ha ubicado en el mapa las cincuenta zonas del país en las que se requiere una intervención más urgente por parte de las administraciones. Entre esas cincuenta zonas más degradadas del país hay tres que se ubican en la provincia de León, tres espacios que preocupan especialmente a los ecologistas por su pérdida de biodiversidad y por la amenaza que supone para la supervivencia de distintas aves, en especial la del urogallo, en grave peligro de extinción.

En primer lugar figura una zona de Villablino, en el Alto Sil leonés, clasificada como LIC (Lugar de Interés Comunitario) y ZEPA (Zona de Especial Protección de las Aves). Se trata de terrenos públicos y privados en los que se sugiere el desmantelamiento y restauración de instalaciones mineras abandonadas, así como la eliminación de las escombreras y vallados que «suponen una amenaza para el urogallo, la especie que ahora más preocupa en la provincia de León por ser el ave más amenazada», explica Javier Purroy, responsable de SEO/BirdLife.

Otra de las zonas más degradas de la provincia de León se encuentra en Boca de Huérgano, el pleno Parque Regional de Picos de Europa, zona también declarada LIC y ZEPA. En este enclave se recomienda la creación de un humedal en la cola del embalse que permita la generación de un mayor uso público que evite la degradación de otros puntos del entorno y favorezca la recepción de aves acuáticas. «Este proyecto se planteó como un lugar alternativa a la estación de esquí de San Glorio pero que ha ido tomando fuerza por el beneficio que supondría a las especies acuáticas, y también al urogallo», concretó Purroy.

Por último, la lista contempla un parque eólico paralizado por una sentencia judicial entre los municipios de Murias de Paredes, Riello y Valdesamario, en la comarca de Omaña. «En esta zona recomendamos el desmantelamiento de estas instalaciones y la eliminación de los vallados ganaderos y cinegéticos», apunta Rajoy que considera que este es un ejemplo de «la poca cabeza» con la que se ha planteado el desarrollo eólico en León.

MARÍA CARNERO - Diario de León

 
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