miércoles, 15 de octubre de 2008

El negocio está en el aire

El lobbismo tiene muchas facetas. Se mueve por despachos de alfombras mullidas, o por restaurantes de reservados con manteles impolutos donde circulan los licores y los habanos. Y también tiene cara. No en el sentido castizo, sino en el literal.

Así comienza el capítulo dedicado al negocio de la energía eólica, El negocio está en el aire del libro de Rafael Carrasco, Miguel Jara y Joaquín Vidal, Conspiraciones tóxicas: cómo atentan contra nuestra salud y el medio ambiente los grupos empresariales.

Los autores nos hablan de cómo el sueño ecologista se ha transformado en algo muy distinto: “Una reivindicación de largo aliento del movimiento ecologista que se ha vuelto como un bumerán en contra del mismo sentimiento que lo anhelaba”.

De los comienzos de un negocio muy lucrativo, y bien visto. Hablamos de energías verdes:

Era fácil. Vas al dueño del suelo, que nunca ha oído hablar de la energía renovable ni hostias. Le dices:
- Mira, por poner aquí un cacharro que no te va a molestar te voy a dar medio kilo al año.
- A palabra?
- Éste es el contrato.
- ¿Hecho?"
- Hecho.

Y ya está, ya eras el dueño de los derechos eólicos del suelo.

Negocio redondo que requería una inversión cero. A cambio, claro, de una información privilegiada.

No hay más que mirar cuántos directivos de las grandes ahora están en empresitas de eólicas, sigue el lobbista.

De la fragmentación de los parques.

Pero el lobby no había hecho más que arrancar. "Y mira cuántos han pasado de la administración autonómica a las eléctricas", rubrica. Porque según el testimonio de este, en cierto modo, agente de las grandes compañías de la energía eólica, la industria tenía más facilidad para engrasar los rodamientos de los permisos autonómicos que los del gobierno central. "La clave estaba en pedir un parque para una potencia de menos de 49 megavatios. Es el límite de autorización de las autonomías".

"Las corporaciones locales eran aún mucho más fáciles de engrasar".

Ahí viene el papel de los alcaldes, de las promesas de dinero fácil. Esto os resultará cercano:

"Todos los alcaldes estaban encantados de que les pusiéramos un parque eólico. Hasta un kilo por molino, podían poner las aceras de oro, si querían. Reelección segurada".

"Por si acaso, en la fase de convencer a los alcaldes para instalar parques de energía eólica se les llevaba, con todos los gastos pagados, a ver instalaciones modélicas incluso fuera de España. Pero no te creas que era muy necesario, enseguida estaban por la labor".

¡Pero habrá que pasar el examen de la Declaración de Impacto Ambiental!

- Bueno, tampoco es un excesivo problema si se cuenta con el favor de las administraciones públicas.
- ¿Es que tengo que explicarte el significado de engrasar ? ¿No pensarás que unos pajaritos o unas ruinas les iban a fastidiar el negocio?.

Esto os sonará también:

Más estremecimiento. Este lobbista habla sin rubor de catas arqueológicas y geológicas amañadas y de sucintos estudios de impacto medioambiental, también a cargo de las autoridades autonómicas.

¿Por qué, entonces, esa diseminación en parques pequeños?

Nuestro malpensado lobbista de a pie piensa que es para lograr estar bajo el control de los gobiernos autónomos y no del Estado central.

"O de los importantes beneficios de este lobbie, perdón quise decir sector, aunque nada tenga que ver con aquello de las energías limpias. El negocio está en el aire, o más bien en las subvenciones".

"De esta manera, el sector eólico vivía floreciente y pujante, con fuertes inversiones de bancos y eléctricas. El tiempo de amortización de los parques, establecido generalmente en 10 años (en parques con una previsión de cerca de 30 años de vida) merced al sobreprecio a su kilovatio. Hay incluso quien asegura que muchos parques, situados en puntos estratégicos en las cordilleras, con gran impacto ambiental, logran la amortización en apenas un lustro."


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